Era una tarde de
otoño. Había salido a caminar; el atardecer ya estaba avanzado, medio oscuro,
con algunas tonalidades naranjas.
Caminaba por una
calle, usualmente era bastante transitada, en ese momento no circulaba ni un
solo auto. Me empecé a sentir observada. Miré para todos lados, pero no ví a
nadie, la adrenalina empezaba a circular por mis venas, las pulsaciones se
aceleraban. Mi cuerpo se pusó en tensión para una rápida reacción de defensa.
Me dí vuelta y
me encuentré con una persona, ya no recuerdo cómo estaba vestida, sólo recuerdo
que mis ojos encontraron lo suyos. En ese mismo instante supe que algo andaba
muy mal. No era del todo humano, no había algo extraño que me dijese que no lo
era, sólo lo sentía, pero estaba absolutamente segura de que no lo era. Me
miraba fijamente, caminando de una forma sinuosa, lenta y segura. Había altivez
en la mirada, seguridad; él se sabía superior a mí. Revelaba soberbia, astucia
e inteligencia. Su rostro no expresaba emoción alguna, nada de él expresaba
ninguna emoción.
Una parte de mi
mente decía de debía correr, huir; que era un ser siniestro. Pero esa mirada
fría, penetrante, me sedujo y no podía dejar de mirar esos ojos. Mi mente
luchaba para salir del encantamiento pero volvía a mirarlo a los ojos,
creciendo el temor y la fascinación al mismo tiempo, en igual intensidad.
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