Desperté…
Despierto en un salón luminoso, silencioso; un living con abundante
luz natural que entraba por los ventanales.
Había dormido profundamente, y… su rostro, sus ojos, su mirada... Es
lo primero que vino a la mente. Y como si algo me quemara me paro de un salto
saliendo del sopor.
Doy vueltas sobre el mismo punto, casi con desesperación, trato de
saber que está pasando. Me quedo parada y, casi por instinto, voy caminando
hacia atrás, hacia la falsa ilusión de seguridad de la pared.
A los tres pasos, una mano toma la mía con suavidad.
Me quedo dura, inmóvil, congelada… es él.
Pasa al lado mío con ese andar, que ya se reconocer, estirando mi
brazo para luego dejarlo caer. Salgo del trance que ejerce su mirada sobre mí.
Solo me observa con esa mueca en sus labios, de claros ojos grises, perturbadoramente
astutos que puede confundir con sombríos.
Él sigue caminando hacia una barra, un desayunador. Cada tanto me
mira de soslayo. Seguimos en silencio, no sé si debo hablar o no.
Saca una jarra y sirve agua en un vaso.
Me vuelve a mirar, empuja el vaso con sus dedos, indicando que
tomara.
-Solo es agua- dice suave pero firme, con una expresión burlona.
Retomo la compostura y trato de dirigirme lentamente pero a paso
seguro, no pretendo demostrar temor alguno. Pero él comenta, con una fugaz risa
-si te hubiese querido matar nunca te hubieses enterado-.
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