En una de las clases, donde había alumnos de otras
nacionalidades (japoneses, venezolanos. colombianos y otro argentino) entró
uno de los profesores; del estilo gordito simpático de edad, ya mayor.
Después de presentarnos el profesor me pregunta de donde
era, casi sin mirarme, solo un poco de costado. Respondí que de la Argentina.
Se quedó uno largos segundos pensativo y me preguntó por mis orígenes,
trabándose un poco, si era alemana. Le respondí que sí, por parte de mi padre.
Con la cabeza mirando hacia el piso pero con los ojos
dirigidos hacia mí me dijo “Yo estuve en la Segunda Guerra, en el ejército
Americano”. Sus lágrimas empezaban a caer de a poco.
Pero continuó “Hicimos cosas horribles”, lloraba cada vez
más fuerte, “Hice cosas horribles”, seguió diciendo mientras pasaba de las
lágrimas al llanto. “Perdón, perdón” empezó a balbucear en medio de las
lágrimas y su espalda convulsionada.
Yo creía que debía ir ahí, sin decirle nada, solo tomar la
mano de ese hombre arrepentido.
Pero no lo hice, pedía perdón y yo no sabía dárselo.
Una persona realmente pide perdón cuando no volvería a
cometer los mismos actos, no por la consecuencia de sus actos que se han vuelto
en su contra. Este señor realmente estaba arrepentido y aun habiendo pasado los
años vivía con ese tormento.
La primera vez que conté, este hecho sucedido en Estados Unidos, fue
hace un año... demoré más de 15 años en contárselo a otra persona.
(2015)
(2015)
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